jueves, 24 de febrero de 2011

Opinión. Seguirle la corriente al loco. Juanjo Triana.


Hay acontecimientos históricos que están tan condicionados por un personaje concreto que les imprime su sello personal, que es inevitable interpretarlos no sólo en términos de ideología o de análisis objetivo de los hechos, sino también de psiquiatría.

Algunos jefes de estado y muchas personas del montón padecen y han padecido a lo largo de la historia una grave enfermedad llamada paranoia o complejo de persecución: sienten que el resto de la humanidad conspira contra ellos, los espía o los persigue, aún sus más íntimos partidarios, colaboradores, cómplices, secuaces o como los queramos llamar. Ellos los lleva, independientemente de que sean de derechas, o de derechas a fuer de izquierdistas, a imponer un estado policiaco, a ejecutar cada cierto tiempo (literalmente) purgas entre los suyos, porque son los que más fácil lo tienen para derrocarlo, y a establecer un culto a la personalidad exagerado hasta los extremos de lo grotesco. Los casos más a mano que se me ocurren son Calígula, Cómodo, Heliogábalo, Hitler, Stalin, Mussolini, Ceaucescu, Mao, Kim-Il-Sung, Sadam Hussein, Franco, Trujillo, Gómez, Duvalier, Macías (cada nación debe tener su ejemplo histórico) o, por citar alguno de los que todavía viven, Gadafi. Digo todavía con bastantes reservas de que a estas horas (martes 22 de febrero de 2011 a las 1.27 a.m. GMT) sea el término más apropiado, dada la situación en Libia. ¿Algún estado del mundo se atrevería a darle asilo a semejante sátrapa a riesgo de convertirse en un paria internacional? Más le vale morir matando asediado en su palacio.
No hace falta ser ningún fino analista político para prever que dentro de pocos días será universalmente execrado por ese mundo de las relaciones diplomáticas que hasta hace poco bien le cortejaba.
Obama, Sarkosy, Blair, los demás dirigentes árabes, etc, por el poder que da producir 1,7 millones de barriles de petróleo diarios y servir de supuesto baluarte contra el islamismo. Los presidentes Chávez, Morales y Ortega por ganárselo como aliado en un incipiente frente antiimperialista mundial, Chávez además en la OPEP, Morales en una futura “OPEP del gas”. Todos han cortejado a ese individuo aunque en su fuero interno seguro que le detestaban profundamente. No lo condenarán en serio hasta que sea depuesto. El pueblo libio estará orgulloso de poder decir en el futuro “nadie nos ayudó a derrocar al tirano”, pero ¿No se les ha ocurrido a estos jefes de estado que esta condena hubiera salvado muchas vidas si hubiera sido hecha antes?