domingo, 3 de abril de 2011

Opinión. Los difamadores son una especie perenne. Domingo Garí.


Las luchas políticas tienen la virtud de sacar lo peor y lo mejor de las personas. La tensión que genera lleva las pasiones a los extremos. En algunos casos la tecnología de la difamación se usa profusamente, de manera que de forma habitual la enemistad política cobra esa característica, en detrimento de la discusión racional sobre los asuntos de la economía, la filosofía o la política. Se acentúa cuando efectivamente no hay nada que aportar, ni reflexión interesante que ofrecer a la sociedad.

Los ladradores rabiosos que día tras día difaman a compañeros de Alternativa Sí se puede, no hacen otra cosa que repetir lo que hacían los difamadores liberales, mencheviques y eseristas cuando difamaban a los bolcheviques y a Lenin acusándolos de ser pagados por los alemanes. Entonces se decían barbaridades sobre ellos. La más grande era que actuaban como espías de los ejércitos alemanes para derrotar a los ejércitos rusos en los campos de batalla. Todas las patrañas saltaron por los aires y la realidad se impuso con el paso del tiempo. Los que acusaban a los bolche de estar vendidos a los alemanes, desde que se hizo la revolución y comenzó la guerra civil, financiada por las potencias europeas, enseguida se pusieron al servicio de esas potencias. Así quedó de manifiesto que las teorías difamatorias eran en realidad parte de la lucha de la contrarrevolución, para frenar el ascenso de los comunistas en los momentos previos a la revolución de 1917.
Salvando todas las distancia de los hechos históricos, las coincidencias en las técnicas de los difamadores son bastante parecidas. Aquí no hay lenines y pocos bolcheviques, pero sí gente que quiere cambiar las cosas en las islas, poniendo sobre la mesa proyectos reales de transformación. Por ello son difamados de estar vendidos a éste o a aquél, cuando en realidad el jefe de los difamadores es quien ha cobrado millones en subvenciones durante décadas.
Los difamadores son una especie perenne porque el sistema necesita de ellos para distorsionar las alternativas, y continuar con el mando en plaza. Sólo la continuidad de la lucha social y política los coloca en su sitio, aunque nunca terminan de desaparecer del todo. Si los que lo hacen de forma espontánea se aburren siempre hay alguien que por dinero, o más barato aún, por cierto protagonismo instantáneo, lo haga.
La personalidad del difamador tiene sus propias características. Por lo general coinciden en ellos rasgos egocéntricos, histrionismos agudos y conductas ciclotímicas que le cambian el carácter dependiendo de la dirección del viento. Y nada hay más divertido que contemplar como las mentiras que fabrican y difunden se evaporan con el transcurrir del tiempo, dejándolos literalmente con el culo al aire.
Aunque los difamadores son una especie perenne, hay que reconocer también que a estas alturas son inofensivos. Habiéndolos localizado y descubiertos sólo produce risa verlos en su desgañitada histeria mentirosa. Los difamadores pueden tener el aspecto de gente seria, como sucede en Santa Cruz con destacado representante socialliberal, o mirada desquiciada como el radiopredicador de La Laguna. Pueden ser dirigentes destacados de un partido, o agente externo que rema en dirección del mejor postor cuando no hay partido que lo quiera soportar, como en el caso del de La Laguna. Los difamadores aparecieron en la historia para quedarse entre nosotros, y no crean que no aportan su grano de complejidad, en cuanto variante específica y rara de homo sapiens. Los difamadores, por concluir, no son más que vulgares charlatanes.