miércoles, 11 de mayo de 2011

Opinión. Viviendo de la política. Domingo Garí


Tras los famosos pactos de la transición, las primeras elecciones generales, las locales del setenta y nueve, y el nacimiento de la comunidad autónoma en 1983, un puñado de gente se subió el carro y ya no se bajaron nunca más. Todos ellos son profesionales de la política, de la que cobran jugosos salarios y disfrutan de prebendas de todo tipo. Muchos llevan más de 20 años y otros 30.

De tanto que han salido en la prensa, radio y TV sus nombres son conocidos hasta en los lugares mas remotos del Archipiélago. Ya no sabe uno si la institución es un lugar neutro y por conquistar, o tiene irremisiblemente marcado a fuego el nombre de esta gente. De los más conocidos son estos: Ana Oramas, Santiago Pérez, Paulino Rivero, Román Rodríguez, José Manuel Soria, José Manuel Bermúdez, Miguel Zerolo, Ricardo Melchior, Cristina Tavío, Jerónimo Saavedra, Carmelo Ramírez, Antonio Castro Cordobez, Manuel Fernández, Aurelio Abreu y algunos más que no pongo más que nada por no aburrir.

Todos han sido casi de todo. Concejales, Consejeros, jefes de máquina, segundo de abordo, diputados, autonómicos o estatales, senadores y cenadores con todo pago a cuenta de todos nosotros. No hay chollo mejor ni menos agotador, de ahí que no haya parada en donde quieran bajarse. Si de alguna guagua los lanzan o se lanzan así mismos, no es para ir a trabajar, sino para montarse otro chirinquito y subirse a la noria a seguir dando vueltas. Por setenta, ochenta, noventa o cien mil euros, como si tienen que hacer el pino puente en el pasillo de cualquier ayuntamiento, cabildo o en el mismísimo parlamento.

La única manera que se le ocurre a uno a ver si aflojan es poniendo por ley la imposibilidad de estar más de ocho años en cargo público. Y el tiempo que estén que no cobren más del equivalente al salario de un Grupo A de la administración a la que pertenecen, y en ningún caso más de 3.000 euros, y nunca más del salario que ya tenían en su trabajo siempre que sea inferior a los 3.000 dichos, si es que alguna vez trabajaron fuera de la política. Que me parece que en estos que nombramos no consta trabajo previo alguno y si consta es tan antiguo como la noche de los tiempos.

Después de eso que vengan y me prometan el oro y el moro, pero no ellos ni ellas, sino otros que no lleven apalancados toda la vida en el cargo público. Mientras no se regenere la cosa pública de forma drástica, y los representantes estén fiscalizados y al servicio del común, mejor sería no creerles nada de nada, porque todo suena a cuento chino. Cuando uno ya sabe de antemano que el interés primero y único de esta gente es vivir de la política, no hay asunto más urgente que sacarlos de ahí. La permanencia de por vida en el poder es el germen necesario para que se produzca la corrupción. La circulación de personal por las instituciones ventila el aire viciado, y sin ser garantía definitiva contra el abuso, el nepotismo y el clientelismo, dificulta en parte esas nefastas prácticas que ensucian y degeneran la democracia. Todo no está perdido. Aquel grito que los argentinos lanzaron allá por el 2001 también sirve para aquí: ¡que se vayan todos!