domingo, 31 de octubre de 2010

Opinión. Carta chica para un hombre grande. Fernando Sabaté.


Te vi por primera vez en el póster colgado en casa de algún amigo de mis hermanos mayores: aquel suéter de cuello virado del que emergía tu rostro sonriente. Supe después quién eras, cómo habías luchado, cuántos años padeciste en las prisiones del régimen franquista.

Levantaste, junto a otros, una potente organización sindical desde la nada. Mejor dicho, desde una combinación inteligente de entusiasmo, tesón y audacia que supo aprovechar los menores resquicios que dejaba una dictadura en lenta descomposición. Tuve incluso la oportunidad de escucharte años después, cuando visitaste la Isla para inaugurar una nueva sede de ese mismo sindicato: fue en Los Cristianos, y aquello representaba un avance en la organización de los trabajadores de la hostelería y otros sectores, en una tierra que pasó en pocos años de los caciques locales del tomate al caciquismo de las multinacionales del turismo. Recuerdo más o menos tus palabras: “¡Menudo local! Estáis como los burgueses.” Palabras sencillas y, tal vez, premonitorias. Ojalá que tu ejemplo sirva para consolidar el giro que necesitamos en todo el movimiento sindical, y que parece despuntar en este otoño que vio tu despedida.
Nos dejas buenas lecciones. Yo quiero destacar tres. Primera, que la lucha por los derechos sociales y laborales resulta inseparable de la lucha por la libertad: tus palabras y tus hechos siempre apuntaron al horizonte del socialismo democrático. Segunda, que cuando se derrumban o no sirven los viejos instrumentos emancipatorios, hay que construir otros nuevos, aunque sea empezando otra vez desde abajo. Tercera, que hay que mantener la coherencia hasta el final, y avanzar a la velocidad que permitan las circunstancias, ni más deprisa ni más despacio. Muchas gracias por tu ejemplo y hasta siempre, compañero Marcelino.