sábado, 26 de junio de 2010

Opinión. A Saramago le habría gustado verlo. Lucas Afonso.


Leyendo los últimos artículos sobre la vida y muerte de Saramago, oigo de repente gritos ensordecedores, júbilo desatado, explosiones de voladores, pitas de coches tocando a victoria. No creo que tenga que ver con el finado escritor.

Ni con el fútbol del mundo mundial, porque a la gente lo que le gusta es ver buen fútbol, arte, ingenio, habilidad, sacrificio y esfuerzo, lo haga quien lo haga, y en definitiva, divertirse y pasar un rato agradable, y no la representación patriotera de unos colores, el desahogo de frustraciones, miserias y bajos instintos, el cóctel de adrenalina y testosterona, la defensa irracional de “lo nuestro”, la histeria colectiva, la enajenación mental transitoria (o permanente), y el paisanaje no se vuelve tan loco por ver a unos millonarios en calzoncillos meter un balón con nombre de mascota entre unos palos. Supongo que no me estaré equivocando, ¿verdad?
Así que, descartado el fútbol, me pongo a pensar en los motivos de semejantes arrebatos. Debe ser algo muy importante para nosotros, quizá la solución definitiva a los males de la humanidad ha llegado ya. Se me ocurre que la justicia por fin está funcionando y se ha reactivado el sector de la construcción edificando cárceles para meter a todos los especuladores y chorizos varios dentro. O que el gobierno de acá y otras instituciones dejan de machacarnos el territorio y el bolsillo, y de paso, dimitiendo más de uno y devolviendo “algún“dinerito. Claro que también podría ser que los grandes empresarios y banqueros, esos que están en todos los follones habidos y por haber, y que tienen a muchos políticos y periodistas comiendo de la mano, deciden ayudar a resolver la crisis (no la suya, la nuestra) poniendo el dinero que mamaron, perdón, generaron, al contribuir a mejorar notablemente la (su) economía del país. Y que los gobiernos, si no sucede lo anterior, dejan de obedecerles y de ser la voz de su amo, y va a por ellos, y no a por nosotros.
Esta alegría incontenible quizá venga porque a partir de ahora las personas nacerán libres e iguales y vivirán para contarlo sin que un misil de última generación o una bomba de cualquier fanático se lo impidan, que podrán comer sin permiso de la multinacional de turno, que la raza, procedencia, ideas, u orientación sexual no importarán, y que la única diferencia de cualquier tipo entre hombres y mujeres será que ellas podrán parir, si quieren hacerlo. Mi intriga crece por momentos.
Con tanto bullicio, se me ocurre pensar que celebran el fin de todos los “opios del pueblo” embrutecedores y alienantes (y lo de opio interprétese sensu lato), aunque hay que reconocer que en esto sí se ha avanzado: antes, cuando Marx, sólo había un opio del pueblo: la religión; ahora se ha diversificado la oferta: el consumismo enloquecido de lo inútil, la telebasura, el “deporte” como espectáculo de masas (el “pan y circo”, con menos pan y más payasos), las “ciencias” ocultas, las supersticiones…
Otra causa posible de tanto feliz alboroto es que los pueblos por fin son libres para decidir su futuro y sobre sus recursos, que se acaban las guerras -que siempre son por los recursos ajenos o por recuperar los propios-, que se instaura la justicia universal, los derechos humanos y sociales..., y que el capitalismo, y sus expresiones más crueles, el imperialismo y el neoliberalismo, se van a hacer puñetas, ingenuo de mí, así por las buenas, chachi piruli, y empezamos a construir un mundo más justo sin tener que pagarlo en cómodos plazos mensuales.
No puedo aguantar ya tanto misterio: tengo que averiguar qué pasa. Pregunto a la única persona que veo en la calle. Regresa del trabajo y tiene mucha prisa por entrar en casa (¿por qué será?).
- Oye, ¿qué pasa, a qué viene tanto ruido?
- ¿Es que no te enteras? ¿En qué mundo vives? ¡Está ganando La Roja!
- ¡Coño, LA ROJA! ¡Todo lo que yo pensaba y mucho más! ¡Por fin, LA REVOLUCIÓN! ¡Y sin un tiro!
Pienso en Saramago. A él le habría gustado verlo.