jueves, 17 de marzo de 2011
Opinión. Tenerife en el nuevo siglo. Joaquín Galera.
Somos muchos, afortunadamente cada vez más, los tinerfeños que reclamamos un futuro diferente y mejor al que sufrimos día a día en ésta isla cada vez más destruida y arruinada por la ceguera e insensibilidad de algunos de sus hijos. Lo que era no hace muchos años, una auténtica maravilla natural y paisajística, se ha convertido en gran parte, en un territorio vulgar y degradado.
Muchos pueblos y ciudades del mundo, han crecido tanto o más que aquí, pero difícilmente encontraremos un lugar donde ese crecimiento poblacional y urbanístico se produjera de forma tan caótica e irrespetuosa con las excepcionales condiciones naturales, ambientales y paisajísticas de nuestro territorio insular. El modelo de isla-ciudad que tan alegremente intentan imponernos los que ostentan el poder económico y político de la isla, carece de sentido o valor alguno. Apostar a éstas alturas, por gastarnos cuantías auténticamente inmorales de dinero, en obras e infraestructuras que no resuelven ni aportan nada y que carecen de algún futuro, siendo su única finalidad, la de mantener en funcionamiento empresas obsoletas dentro de un modelo económico rancio y de gran potencial destructivo, resulta auténticamente irresponsable e insultante para gran parte de la sociedad tinerfeña. Urge cambiar de mentalidad y redirigir las políticas hacia un modelo económico y social adaptado a las exigencias de un futuro que se vislumbra incierto pero con grandes posibilidades de mejorar nuestra relación con el medio donde nos ha tocado vivir. Tenemos la obligación ética de encontrar algún modo de preservar para las próximas generaciones de tinerfeños, los ricos valores naturales que aún conservamos, al tiempo que logramos desarrollar un modelo y nivel de vida digno y realmente sostenible.
Desde mi punto de vista, el principal objetivo al que debemos dirigirnos, es garantizar el abastecimiento de alimentos y energía de la isla para no depender del exterior. Lograr éste objetivo estratégico, nos permitiría disfrutar de una importante tranquilidad frente a acontecimientos y situaciones que pudieran afectarnos seriamente en el futuro. Una economía autosostenida permite además recuperar y mantener paisajes; generar numeroso empleo; mejorar las condiciones del medio rural y urbano; destinar y distribuir mejor las riquezas generadas; optimizar los recursos económicos, entre otras muchas y beneficiosas consecuencias.
La implantación progresiva de un planeamiento insular que se redacte bajo éste principio, debe ser totalmente consensuado por todos los sectores de la sociedad tinerfeña, impidiendo con ello que la alternancia política en las instituciones responsables de llevarla a cabo, pudiera cuestionar o alterar sustancialmente el nuevo objetivo económico y social diseñado. Igualmente, se hace necesario pensar y actuar de manera global y ajena a intereses locales, lo que supone trasladar al Cabildo Insular, como principal gobierno de la isla, la totalidad de las competencias en materia de urbanismo y planificación.
Los alimentos y la energía que necesitamos deben obtenerse con procedimientos limpios, integrados y duraderos, lo que conlleva una legislación adecuada, rigor en su aplicación, la constante incorporación de nuevos avances y conocimientos y, sobre todo, una voluntad política clara y decidida, ajena a presiones e intereses que anteponen los beneficios económicos al interés y la seguridad del conjunto de la sociedad. Aún estamos a tiempo de reconducir la situación pero, para ello, resulta imprescindible inyectar savia nueva en unas instituciones serviles, burocratizadas y mecanicistas, incapaces de incorporar o acomodarse a las nuevas realidades del siglo que nos ha tocado vivir.