sábado, 27 de febrero de 2010

Opinión. Alerta y pánico social. Paco Déniz.


Desde que le tiraron de las orejas a los del servicio de meteorología por la falta de predicciones cuando lo del Delta, no hay semana que no estemos en alerta. Fue desproporcionada la crítica, pero, desde entonces, y para curarse en salud, se declara alerta cada vez que un rabo de nube aparece por allá de Tazacorte.

Terminaremos construyendo refugios subterráneos, y ya de paso nos sirven por si algún día nos bombardean. La gente se asusta si tiene que encender una vela, o si el viento tumba una flor. Y si no puede salir de un aeropuerto monta una guerrilla de pataleo contra quien sea. Cualquier alteración climatológica es una anomalía. Sólo falta que el obispo diga que es un castigo del Señor. Por lo visto, el tiempo debe estar siempre apacible, de lo contrario, la humanidad corre riesgos insospechados. Si sopla el vientito de toda la vida, es huracanado, si tres gotas caen, el mundo se va a hundir. Incluso, una locutora descubrió que la palmera cimbreaba.
Los medios de comunicación son responsables directos de este pánico desatado que otea el horizonte temeroso de alguna catástrofe. Una cosa es informar de que existe riesgo de lluvias, y otra cosa es crear pánico buscando a un personaje de cada isla para que nos entretenga con su miedo. Sin embargo, abusar del decreto de alertas “por si acaso”, es un delito gubernamental. La propia Vicky Palma ha cuestionado la eficacia del abuso de las alertas. Pero es que, además de los temporales, estamos en emergencia nacional por el incremento de la delincuencia y asesinatos múltiples, por la crisis económica, etc., y como quiera que nuestras desgracias no dan para tanto, la tele nos muestra las ajenas. Así las cosas, aparte del gen de la temerosidad que teníamos desarrolladísimo los canarii, se nos está abultando el del pánico total. Al final del día te acuestas sin saber si amanecerás. En pleno toque de queda sólo nos queda rezar: ¡Virgencita que me quede como estoy! Cuando se nos ha persuadido sistemáticamente del riesgo de estar vivos, cuando se normaliza el pánico, la sociedad entera estará controlada y a merced de quienes, consciente o inconscientemente, airean cualquier peligro. El estado de emergencia cotidiano nos hace vulnerables al conservadurismo y nos induce a buscar como posesos la justificación del miedo; entonces, la dependencia del poder será patológica. Sólo saldremos a la calle a por provisiones y nos despedazaremos en las colas. Cuando nos tengan absolutamente noqueados, cuando el pánico sea la flor de la piel, será más fácil echarle la culpa de todo a las brujas y a Alternativa Sí se puede si UNELCO falla (Melchior). Y ya puestos; declarar persona non grata a Néstor Álamo por su famosa copla: Aunque vengan temporales, aunque sople un vendaval, tengo yo a un cambullonero, ¡que es moreno, que es valiente, que es un hombre de verdad!