martes, 9 de febrero de 2010

Opinión. Margaritas enjauladas. Yaiza Afonso.


Este tiempo de lluvia esencial para las huertas, me hace recordar a Margarita. Fue Ana la que me habló de ella, de la mujer que sonreía al sol tras la ventana gris azulada. Margarita era feliz cuando se enamoró de aquel hombre, cuando aquel ser normal inventó historias de princesas dentro de castillos azules, cuando le habló de la claraboya redondeada por la que podía ver el mundo.

Él estaba orgulloso de haber estructurado el espacio perfecto para su flor, los centímetros exactos para su luz, los metros precisos para sus enseres, los milímetros justos para sus sueños. Ella lo siguió a palacio, engatusada por cuentos envueltos en abrazos prietos, en besos desbocados y en miradas territoriales. Se sintió dichosa el primer año, cuando observaba la calle a través del cristal, después llegó la felicidad intermitente mientras esperaba cosiendo tras el vidrio, por último, llegó el miedo. Pero aquellas gotas apresadas en el translúcido actuaron al fin como un espejo. Margarita se dio cuenta que no podía tocar la lluvia, que sus manos estaban vacías de estímulos externos.
Hay muchas margaritas enjauladas, son mujeres que van tornándose a invisibles, mujeres de pieles que se lían en el blanco de sus sábanas para no enfrentarse a los golpes. Parece que la crisis económica mundial también arrasa con ellas, parece fácil culpabilizar al mundo, poner como excusa a los bancos para desatender sus dudas, para olvidar lo que supone para ellas la lluvia en soledad. Lo construido se deconstruye por arte de magia, dejando de ser prioritarias las que aterrorizadas esperan tras sus ventanas. El Cabildo destierra de la Isla a las oficinas comarcales que antes atendían a mujeres víctimas de violencia de género, pero continúa firme con los trazados de trenes que amenazan las casas de los vecinos y con el anillo insular que obvia las fantásticas huellas de las erupciones volcánicas pasadas. Se basan en la crisis para borrar de la memoria a las mujeres, pasa desandar lo andado, para esperar inmóviles cómo en cualquier momento pueden quedar despojadas de vida.