martes, 7 de septiembre de 2010

Opinión. Una tollina marroquí. Paco Déniz.


Cuando intentaban desplegar unas banderas y unas consignas a favor de la independencia del Sáhara y del cumplimiento de la resolución de ONU, unas cuantas amigas recibieron una tollina por parte de la policía y los paramilitares marroquís en el Aaiún ocupado.

Eran catorce personas que, gracias a la escasa inteligencia de la policía marroquí, lograron llamar la atención sobre el conflicto del Sáhara y la represión diaria que se ejerce en sus calles. Una represión dirigida, no sólo por la policía, sino por los colonos organizados para la defensa de su posición de privilegio en esa sociedad colonizada, empantanada y olvidada de la mano de algún Dios menor. No es la primera vez que, en esas situaciones, los estados organizan y dan cobertura a fuerzas paramilitares con patente de corso para que la fachada del régimen no se deteriore más de lo que está. Eso lo sabe todo el mundo. Es de manual. Como de manual es el que la diplomacia española exima a la policía alauí de toda responsabilidad y le agradezca la defensa que hicieron de sus ciudadanos. Por lo visto, los, afanosamente denominados, activistas canarios, cometieron una imprudencia. Y yo creo que sí: la imprudencia de recordarle al reino de España su indecencia con los saharauis.
Muchos se tiraron las manos a la cabeza preguntándose cómo, en pleno siglo veintiuno, hay policías que actúan así. Pero la policía es la misma en todas partes. Cuando llega el momento le parten la cara a quien reclame justicia e independencia en todos lados. ¿Que la cosa podía haber sido peor? Sí. ¿Qué era predecible? También. Pero no por predecible deja de ser lamentable. Sobre todo la actitud de la MINURSO. Las fuerzas de la ONU, una legión extranjera bien pagada, que ya fueron juzgados y condenados en Las Palmas por tráfico ilegal de mercancías entre nuestra tierra y el Aaiún, no sirven ni para admitir a trámite una denuncia por malos tratos. Eso sí, si usted quiere verlos, basta con ir a la hora del almuerzo al parador nacional de la capital del Sáhara ocupado y verá sus tremendos jepps blancos inmaculados aparcados en la puerta del restaurante. Dentro están los susodichos legionarios papeando a base de bien. Y como todos los legionarios del mundo, después de comer se dan un garbeo por el mísero mundo de su misión humanitaria, a ver si pillan algo, o a alguna morita autóctona que les abanique su heroicidad.
Pero para defender a los canarios por el mundo está nuestro Paulino, que con su verbo y locuacidad habitual nos dejó anonadados diciendo que los derechos humanos había que defenderlos “aquí, allá, arriba y abajo”. ¡Estate quieto!