miércoles, 22 de septiembre de 2010
Opinión. Movilidad y coraje cívico. Fernando Sabaté.
El pasado jueves, 16 de septiembre, un grupo de ciudadanos de Tenerife pusieron en práctica una audaz iniciativa: ‘Queremos movernos’. Eligieron una concurrida línea de guaguas de TITSA, se situaron en distintas paradas de principio a fin del recorrido y se fueron turnando en la operación de subir y bajar del vehículo. Hasta aquí todo normal.
Lo singular de la operación consistía en que todas estas personas, por distintas razones y circunstancias, tienen que utilizar silla de ruedas. Esta limitación física no tendría por qué significar una renuncia a desplazarse por razones de trabajo, ocio o trámites, siempre que contáramos con vehículos adaptados para estas personas con movilidad reducida. Sólo hacen falta tres cosas: rampas de acceso a la guagua, vehículos de piso bajo (sin escalones ni obstáculos en su interior) y personal capacitado y consciente. En teoría, una parte significativa de los autobuses públicos que circulan por Santa Cruz y la Isla ya exhiben el símbolo de que están adaptados para el acceso de personas en silla de ruedas. El problema no reside en la teoría, sino en la práctica. Las personas que desplegaron esta iniciativa sabían muy bien, porque lo sufren de forma cotidiana, que bastantes guaguas circulan sin rampa; que en muchas otras ésta existe, pero no funciona; y que cuando sí lo hace, el conductor de la guagua no siempre sabe cómo debe desplegarse (seguramente porque los programas de formación de los trabajadores de TITSA no prestan atención suficiente a los derechos de los usuarios con movilidad reducida). Sucede encima que cuando todos los obstáculos anteriores se resuelven, no siempre es posible subir o bajar con silla de ruedas: muchas veces la parada carece de plataforma apta para recibir la rampa y que su pendiente no se convierta en un tobogán; otras, la guagua no se aproxima lo suficiente a la parada; y con demasiada frecuencia ocurre que el propio acceso a las paradas está invadido por coches estacionados de forma ilegal e insolidaria, sin que los responsables de tráfico parezcan actuar con la diligencia debida. El jueves pasado, los periodistas que siguieron esta operación registraron con imágenes y narraron en sus crónicas muchos ejemplos de todo este calvario que soportan, día sí y día también, quienes tienen que utilizar silla de ruedas. En palabras de uno de los protagonistas de ‘Queremos movernos’, el ciudadano Juan Antonio Cabrera, “nos vemos obligados a salir de casa dos horas antes de lo necesario para llegar a cualquier sitio, porque nunca sabemos lo que vamos a tardar, ni cuanto tardará en pasar una guagua a la que por fin nos podamos subir”.
Lo que sucede con las guaguas se puede aplicar al conjunto del territorio. Una ciudad dotada de rampas en sus aceras y con garantías de accesibilidad a todos sus edificios y equipamientos públicos no sólo es buena para las personas con movilidad reducida, sino que hace la vida más fácil a las personas mayores, a quienes empujan el carrito de un bebé, a las que se desplazan en bicicleta (y evitan de este modo introducir un automóvil más en nuestras ya saturadas urbes)… Una ciudad accesible es una ciudad más digna, humana y mejor para todas las personas.
Pero el jueves de la semana pasada, este grupo de hombre y mujeres lograron hacer visible un derecho básico que no se cumple. Su muestra de coraje me recordó otro movimiento cívico que merece la pena traer a colación. En 1955, la ciudadana de raza negra Rosa Parks (considerada la madre del Movimiento por los Derechos Civiles en los Estados Unidos) se negó a levantarse de su asiento en una guagua para cedérselo a un pasajero blanco. Rosa fue arrestada, juzgada y sentenciada por violar la injusta norma vigente. Cuando el incidente se conoció entre la comunidad negra, cincuenta líderes afroamericanos se reunieron y organizaron para protestar por la segregación racial en el transporte público. El boicot duró más de un año, hasta que la ley racista fue levantada. Este incidente se suele citar como la chispa de un movimiento de largo alcance; tan largo que logró situar, más de medio siglo después, al primer ciudadano de raza negra en la presidencia de los Estados Unidos. Debemos felicitar a los impulsores de ‘Queremos movernos’, deseando que su acción sea también una chispa: la que nos conduzca a una Isla accesible y digna para todas las personas. Y que no haya que esperar cincuenta años porque existe ya, desde hace más de quince, la Ley 8/1995 de Accesibilidad y supresión de barreras físicas y de la comunicación. Una ley que sigue pendiente de cumplirse en muchas de sus determinaciones.