domingo, 13 de diciembre de 2009

Opinión. Por la gracia de Dios. José Hernández Martín.


El 26 de julio de 1947, el caudillo propuso por gracia de dios que Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, fuese su heredero. El 20 de noviembre de 1975, tras la muerte del dictador, Juan Carlos juró acatar los Principios del Movimiento Nacional. Y en esas estamos en el año 2009.

El testigo franquista que ha recogido el Rey, ha llevado consigo la continuidad de los principales símbolos fascistas que recogió como herencia, como es el caso de una bandera rojigualda (el rojo por la sangre derramada en las colonias españolas, y el amarillo por el oro expoliado en ellas). Por otra parte, el Rey mantuvo la costumbre de visibilizar los ritos de la fe católica en su vida, como mandan los cánones del nacionalcatolicismo, ejemplo a seguir por una familia de bien.
La función del Rey en el Estado español es prácticamente simbólica. Entre ellas, está la representación del Estado y otras que están en mayor o menor medida enunciadas en la Constitución, como sancionar y promulgar leyes, convocar y disolver las Cortes Generales y convocar elecciones o proponer al Congreso de los Diputados el candidato a la Presidencia del Gobierno. Por esto, recibe la nada desdeñable cifra de 7,5 millones de euros anuales, con los que ha acumulado la cuantiosa fortuna de 1.709 millones de euros.
Sin embargo, muchas veces escuchamos el argumento de que el Rey es el adalid de la defensa de la democracia, el que consiguió reinstaurar la paz después del “fallido” golpe de Estado de 1981, el que unificó a las diferentes e irreconciliables facciones de una España en la que, dicho sea de paso, el pueblo llano comenzaba a adquirir de nuevo conciencia de clase, empezaba a exigir libertad, mientras que la oligarquía civil y religiosa, que vivía cómodamente tras cuatro décadas de prebendas, había perdido la costumbre de tener que aplacar a quienes legítimamente, defendían sus derechos.
Sin embargo, la verdadera labor que ha desempeñado el Rey, además de la de representar a España en costosos viajes diplomáticos, legitimar con su firma las Leyes que emanen del Parlamento, y cumplimentar algunos trámites administrativos, es la de acompañar a terceros países a empresarios españoles en sus planes expansionistas, sin importar verdaderamente si en esos países la tan aireada democracia está consolidada, o si por el contrario las empresas españolas se están instalando en lugares en los que no existe democracia, ni se respetan los Derechos Humanos. Sólo importa que existan recursos que explotar.
En la dilatada carrera como acompañante, el rey cuenta con visitas a países con dudosas prácticas democráticas como Líbia, Guinea Ecuatorial, China, o el vecino Marruecos. Ha sido fácil verle con dictadores como Teodoro Obiang, Mohamed Gadafi y muchos otros, para defender los intereses de empresas españolas en sus países. Todo a cambio de petróleo, otras materias primas, mercados sin explotar, y todo cuanto al gran empresariado español le pueda interesar.
Pero, si tenemos que hablar de alguna relación especial, habría que pararse en Marruecos y especialmente la casa real alauí. Las empresas españolas como son el caso de El Corte Inglés, Zara o Cortefiel, entre otras 900, han emigrado al país africano en busca de mano de obra barata y precaria. En la actualidad España es el tercer país inversor en Marruecos, por detrás de Francia y Portugal. A este asentamiento progresivo, han contribuido las relaciones entre ambas casas reales.
Por otra parte, la contribución a la defensa de los Derechos Humanos por parte de los países visitados por el monarca español, ha sido escasa por no decir nula. El principal interés inversionista ha hecho que el tema de derechos humanos en estos países se haya tapado con un tupido velo que no interesa quitar. Claro ejemplo de la falta de apoyo a estos derechos es la que nos ocupa estos días. A pesar de las buenas relaciones existentes entre Mohammed VI y Juan Carlos, este último no ha intercedido en ningún momento para resolver el gravísimo problema de respeto a los derechos humanos en la huelga de hambre de Aminatou Haidar y el respeto a los derechos humanos en el Sáhara ocupado.
El Sáhara, fue entregado a Marruecos por el dictador golpista que cedió el cetro a don Juan Carlos, a pesar de que el proceso de descolonización mandatado por las Naciones Unidas supuso que todas las antiguas metrópolis simplemente abandonaran los países que habían sido sometidos, concediéndoles un derecho de autodeterminación que nunca debieron haber perdido.
Esta entrega, por tanto, supuso una traición que el Rey nunca ha intentado rectificar. Y eso a pesar de que las Naciones Unidas han reconocido que el Sáhara tiene derecho a decidir su futuro, y que el presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, en un reciente acercamiento entre él y don Juan Carlos, solicitó expresamente que España interviniera en la justa causa saharaui.
El discurso oficial de quienes corren a justificar la no intervención de la monarquía en la causa que representa Aminatou Haidar, es que el Rey no puede intervenir en cuestiones de interés particular, sólo en causas de trascendencia general, obviando por supuesto que la lucha de Aminatou se expande mucho más allá de su problema personal, y abarca el de todas las personas que están siendo perseguidas, humilladas, vilipendiadas y torturadas por Marruecos, en defensa del derecho justo a la libertad de un pueblo que nunca debió perder su soberanía.
Y sin embargo, la contradicción se destapa cuando revisamos la trayectoria del monarca en defensa de los intereses particulares de una empresa española como es el caso de Repsol-YPF, una de las industrias más contaminantes y que ha causado más daño social y ambiental en América Latina. Una vez más, la defensa de la democracia y los Derechos Humanos brilla por su ausencia.
Este año, por primera vez me sentaré frente al televisor la noche de Noche Buena, para escuchar el discurso del Rey, esperando oír sus palabras a favor de la democracia y los derechos humanos. Mientras, en mi mente estará la imagen de Aminatou Haidar.