domingo, 27 de diciembre de 2009

Opinión. El interés general como excusa. Manuel Marrero Morales.


El Gobierno Canario, copresidido por los señores Rivero y Soria, usa de forma perversa el concepto de asuntos de interés general, para erigirse en únicos intérpretes de lo que, según ellos dicen, le importa al común de los mortales que habitamos en este territorio ultraperiférico, archipielágico y fragmentado, como les gusta repetir en sus soporíferas intervenciones públicas, en las que rellenan con palabras hueras la ausencia de ideas.

Las monedas acuñadas en las cuatro décadas del franquismo nos recordaban que el dictador era “caudillo de España por la gracia de Dios”; pues bien, este tándem insufrible que preside el gobierno autónomo, ha acuñado el latiguillo del “interés general” como subterfugio para arrogarse la absoluta representatividad de la totalidad de los canarios, convertirse en los sumos sacerdotes de la farsa e interpretar los designios del sacrosanto Estatuto de Canarias y del resto de leyes, que ellos mismos procuran darnos, aunque sin nuestra participación. Llegan a tal extremo, estos exégetas del neoliberalismo, que no negocian ni dialogan con los trabajadores públicos, que ellos gestionan, porque se atribuyen ser los depositarios de las esencias del interés general, ocasionando así un desinterés generalizado por sus formas de hacer política, lo que, hasta cierto punto les da garantías de perpetuarse sin ser cuestionados en exceso.
En esa línea de invocaciones e interpretaciones, consideran que todo lo público rentable debiera privatizarse, y para conseguir que sus particulares ideas se lleguen a convertir en una demanda social, nada mejor que deteriorar los servicios de educación y sanidad, pilares esenciales de una democracia. Y la receta para conseguirlo es muy fácil, tomen nota. Primer plato, ingredientes: totalidad del sistema educativo público canario (medio millón de personas entre alumnado y trabajadores) y unos presupuestos que son el resultado del cumplimiento fiscal de la ciudadanía. Se le practican una serie de recortes en la asignación económica, se cuecen en un par de sesiones del parlamento, previa desacreditación pública del conjunto de los trabajadores, y el resultado es un notorio empeoramiento de la calidad del sistema (reducción de plantillas y consiguientes ratios más elevadas, no cobertura de sustituciones de bajas por enfermedad y alumbramiento, disminución de asignaciones para el funcionamiento de los centros, drásticos recortes de los proyectos educativos,…).
El segundo plato, el que se refiere a nuestra salud y a nuestras vidas, del que somos potenciales usuarios más de dos millones de personas que vivimos en estas islas, además de unos diez millones que nos visitan anualmente, se cuece a la par que el educativo, y el resultado privatizador es aún si cabe, más evidente: más de un tercio del presupuesto se destina actualmente al negocio privado de la salud, las listas de espera crecen inexorablemente, el servicio público se deteriora y se desmorona y, como vasos comunicantes, mientras tanto crecen los beneficios para enriquecer a unos pocos amigos del poder, a la par que se deteriora la prestación para el conjunto de la ciudadanía.
El postre, para no desentonar, es un apetitoso pastel presupuestario, que se reparten entre los diversos menceyatos del gobierno, para atender a cada uno de sus compromisos clientelares. Eso sí, todo ello, regado con un empalagoso discurso, mitad victimista mitad conseguidor, y aderezado con una continua referencia a lo nuestro, léase lo suyo, lo de ellos, que tiene su amplificación propagandística en esa radiotelevisión que ellos también, con mucha razón, denominan “la nuestra”. Las velas que adornan esta comida, que nos han preparado por estas fechas, despiden olores de corrupción e invocaciones al libre mercado, junto a ciertos alardes de creerse impunes. Malversación, cohecho, prevaricación,… son palabras que en los últimos años han pasado a formar parte de nuestro lenguaje coloquial. Esperemos que no se consoliden en nuestro acervo cultural.
La mesa está servida. Y todos los canarios parece que debiéramos estar obligados a degustar tales manjares y además, siendo sumisos y acríticos con el poder, a agradecerles a nuestros políticos todos los sacrificios que aseguran estar haciendo por nosotros.
¿Pues saben que les digo? Que con su pan se lo coman. Que los reyes magos les traigan carbón. Y que si no les gusta del caldo de los que defendemos los servicios públicos, pues que para las próximas elecciones les demos dos tazas.
Manuel Marrero Morales