miércoles, 16 de diciembre de 2009

Opinión. Guanches, lucha de clases, conquista y alzados. Juanjo Triana


Juan Bethencour Alfonso nos da en el tomo III de su magna obra “Historia del Pueblo Guanche”, finalizada en 1912 y no publicada hasta 1991, una versión de la conquista de Tenerife muy diferente de la que comunmente se admite. Basándose en una lectura entre líneas del poema de Viana, de sus propias investigaciones documentales, y de la tradición oral que todavía pudo recoger, desmonta ciertos errores y omisiones de la obra de Fray Alonso de Espinosa “Milagros de Nuestra Señora de Candelaria”, la principal fuente que tenemos de los hechos.

Según Bethencourt Alfonso las victorias de Aguere y de la Victoria no le supusieron a Alonso Fernández de Lugo ninguna ventaja estratégica porque, después de esta última batalla acontecida el 25 de diciembre de 1495, se retiró a su campamento base en Santa Cruz donde sus tropas estuvieron varios meses pasando graves privaciones por falta de víveres. La rendición de la isla el 25 de julio de 1496 en Los Realejos, 7 meses después de la supuesta victoria, fue resultado de un pacto entre el adelantado y los menceyes negociado previamente en secreto. Lo que movió a los menceyes al pacto no fue que hubieran sufrido una derrota decisiva, sino sus propias querellas internas entre nobles y villanos.
La sociedad guanche estaba dividida en clases. Había privilegiados, los menceyes, achimenceyes, chaureros y cichiciquitzos, y había subordinados a su servicio, los achicaxnas y los achicaxnais. Las diferencias de clase en la sociedad guanche podían ser comparables a las que había en la antigua Esparta entre ciudadanos, periecos e ilotas, con la diferencia de que en entre los guanches había cierta movilidad social: un villano podía ser ennoblecido si demostraba valor y fortaleza en la guerra o en los juegos beñesmares, lo que se le reconocía permitiéndosele que se dejara el pelo largo y llevara tamarco con mangas.
Durante la invasión los villanos, dirigidos por la casta sacerdotal de los babilones, se mostraron inicialmente proclives a los españoles, ya que esperaban un cambio en su condición. Esta revuelta de los villanos tomó fuerza especialmente en el menceyato de Güimar, el único que siempre permaneció aliado a los españoles, y se agudizó tras el triunfo de Lugo en La Victoria. Ante esta situación, los nobles decidieron pactar con el invasor la rendición a cambio de mantener sus privilegios en el nuevo régimen. Como narra Bethencourt Alfonso en el capítulo VIII,
“el resultado fue una conjura de la nobleza liguera a espaldas de los villanos y la celebración secreta a fines de junio de las bases del tratado de paz de Los Realejos, según las cuales a cambio de hacerse los guanches cristianos y de reconocer la soberanía de los Reyes Católicos, les garantizaba el general Lugo la libertad con igualdad de derechos y deberes que los españoles”.
A tal efecto ambos ejércitos se encuentran en Los Realejos, el ejército español en el Realejo de Arriba y el guanche en el Realejo de Abajo, colocado premeditadamente en posición inferior para facilitar la rendición, y el mencey Benytomo y los nobles se someten y son acogidos triunfalmente en el real español.
“Cuando el 25 de julio descubrieron los villanos en el campamento del Realejo lo tramado por la nobleza, se arremolinaron furiosos denostando a los reyes de traidores y cobardes e injuriando a los personajes de mayores prestigios; apresurándose a ganar las alturas de Tigaiga para derramarse por sus respectivos tagoros, con objeto de apoderarse de los medios de vida y de llevar la alarma a todas partes, con los desmanes propios de las guerras civiles y sociales.”.
Siguieron 50 años de guerra de guerrillas en la que los españoles junto con los nobles y los villanos sumisos se concentraron en poblaciones cercanas a la costa que acabaron siendo el núcleo de los actuales municipios, mientras que los alzados se dispersaron por las cumbres y por el territorio de los menceyatos de Abona, Adeje, Daute y Anaga. Incluso en 1502 los alzados llegaron a constituir un gobierno paralelo en las zonas liberadas, con la proclamación de Ichasagua como mencey en el Roque del Conde, cerca de Arona.
También en Gran Canaria el Guanarteme de Galdar (Fernando de Guanarteme) pactó con el conquistador, y la resistencia la dirigió el villano Doramas.
La pacificación definitiva no llegó sólo mediante la coerción (que la hubo) sino principalmente mediante la asimilación por un sistema socioeconómico más avanzado. Los que vivían de la ganadería extensiva en las cumbres y medianías fueron siendo obligados poco a poco a sedentarizarse y a dedicarse a la agricultura como peones o como aparceros de los propietarios.
Somos pues el resultado de una “asimilación asimétrica”. Los nobles siguieron siendo propietarios de tierra y fueron rápidamente admitidos como iguales por los españoles, con quienes rápidamente se fundieron; los villanos, los magos que seguían adorando a Magec, fueron asimilados de forma mucho más gradual y en una posición subordinada.
Ahora que cierta derecha se adorna con la estética y la retórica del nacionalismo, que el diario más reaccionario, insularista y cerril de Canarias mancha todos los días la causa la independencia cuando la mezcla en sus soflamas, y que algunos independentistas parece que le siguen el juego a cambio de unas migajas de relevancia mediática, bueno es recordar que la liberación de Canarias no será auténtica más que si la protagonizan los herederos de los alzados, y si se dirige en primer lugar en contra de los benytomos y de los guanartemes.