miércoles, 16 de diciembre de 2009

Opinión. No me dan pena los corruptos vencidos. José Luis Hernández.


Esteban Bethencourt Gámez, ex alcalde de Valle Gran Rey, barón de CC en La Gomera, diputado de toda la vida en el Parlamento canario, casiDios insular durante mucho tiempo, ha inscrito su nombre con letras grandes en la historia de la insular miseria por haber sido el primer aforado canario condenado por corrupción (a 4 años de cárcel y 10 de inhabilitación por malversación de caudales públicos).

Su forma de ejercer el poder local como un auténtico cacique (no nos olvidemos que durante 72 años, hasta que una moción de censura le apeo del cargo, Valle Gran Rey sólo conoció la política de Franco y la suya), le llevó a creerse dueño absoluto de los destinos de su pueblo y a pensar que eso de la justicia era para el común de los mortales, pero no para él, que por algo había sido tocado por la varita mágica del poder y gozaba de otra categoría. ¿Qué funcionario municipal se iba a atrever a recordarle que los años en este planeta, como consecuencia del movimiento de traslación, son de 365 días y 6 horas y no de 435 jornadas? ¿Quién en su órbita de aduladores le iba a cuestionar que en su municipio se destinase menos dinero a servicios sociales que a pagarle superdietas al alcalde?
El empecinamiento de un hombre honrado, que hoy trabaja desde un segundo plano por sacar adelante a su pueblo, y también la suerte, le jugaron una mala pasada a Bethencourt. Le tocó el marrón de ser juzgado por un tribunal popular en unos momentos de gran sensibilidad e indignación ciudadana contra la corrupción política. Él hubiese preferido ser tratado por una señoría de las que los políticos canarios ponen en el Tribunal Superior de Justicia , que al fin y al cabo es una de las razones, otra el sueldo, por las que era diputado perpetuo por La Gomera. Si en tu condición de miembro de la clase política criolla te trincan metiendo la mano en la lata del gofio, cosa estadísticamente poco probable, que te juzgue alguien que deba el puesto a una decisión política y no, como a un vulgar chorizo de la calle, en tribunales ordinarios. Ese privilegio medieval del aforamiento y de la doble vara de medir, sirvió para que Soria quedase impoluto ante la justicia por el caso salmón, aunque no ante el pueblo, que se reserva su opinión. Pero en el estrellato de las prebendas, el político grancanario, que apuntala a Paulino Rivero, ocupa mayor escalafón que el gomero, quien rumiando su mala suerte es posible que piense hasta en una discriminación originada por la doble insularidad.
No disfruto haciendo leña del árbol caído, pero por la que está cayendo en mi tierra, la más corrupta del Estado y por si esta condena sirve de aviso para los otros muchos navegantes que cruzan los mares de la política canaria, no me pueden dar pena los corruptos derrotados por la acción de la justicia, todo lo contrario.