jueves, 22 de julio de 2010
Opinión. La roja y la unidad de España. José Hernández.
El pasado domingo, aprovechando la victoria de la selección española de fútbol en el mundial de Sudáfrica, miles de personas se echaron a la calle para celebrar el triunfo. Por un lado, la derecha mediática pudo exhibir la bandera de los vencedores del golpe de estado del 36 sin temor a ser tachados de fachas; por el otro, los progres pudieron sacar del armario su orgullo patrio sin ningún pudor, y vencedores y vencidos celebraron el triunfo bajo la misma bandera.
Cada jugador de la “rojigualda”, como gusta decir a los medios afines a la derecha, se embolsará la nada desdeñable cifra de 600.000 euros por la consecución del título, la mayor prima pactada de todas las selecciones que jugaron el mundial. Sonroja esta cantidad en tiempo de crisis y con la mayor cantidad de parados y gente bajo el umbral de la pobreza en la historia reciente del Estado Español.
Contrasta esta muestra de patriotismo con la respuesta del pueblo catalán a la sentencia del Estatut de Cantalunya. Una cantidad similar de gente a la que celebró la victoria de “la roja” en Madrid había salido días antes en Barcelona para pedir la independencia. Habían pasado cuatro años desde que el PP, en su afán de conservar una España grande y libre, llevara ante el Tribunal Constitucional el Estatut que en su día aprobaron las cortes catalanas, españolas, y que también había refrendado el pueblo catalán por una amplia mayoría, tal y como ocurrió con la Constitución española del año 78. Habría que recordar que el Tribunal Constitucional está formado por una serie de magistrados totalmente politizados, algunos de los cuales juraron en su día lealtad al movimiento nacional. Si a esto le sumamos que más de la mitad de sus miembros han sobrepasado con creces su mandato (sin poder ser sustituidos por las continuas desavenencias de los dos grandes partidos), el resultado es un tribunal ilegítimo y sin potestad para emitir ningún tipo de fallo. Pero a pesar de todo esto, el Constitucional mutiló la parte más importante del Estatuto de Autonomía catalán y con ello se destapó la caja de pandora.
La campaña de unidad nacional llevada a cabo en los últimos años por el partido de la derecha española es un calco de la que en su día desarrollaron sus predecesores contra el gobierno de la II República española. Pero esta vez, lejos de sus propósitos de engendrar el miedo entre la población ante una eventual desmembración del Estado español, lo que han conseguido los conservadores es que cada vez haya más gente convencida de que no cabe dentro de un estado que margina sus opiniones y sus opciones de autogobierno dentro de un estado federal.
¿Y en Canarias qué? Mientras en Catalunya, se empiezan a oír las primeras voces dentro del Partido Socialista que ven que no puede evolucionar el autogobierno dentro del Estado español y piden la independencia, el PSOE en Canarias sigue al pie de la letra los dictados de Madrid, o quizás aún peor, de algún empresario que financia sus campañas o cede sus locales.