sábado, 28 de marzo de 2009

Tenerife. El debate sobre el modelo de desarrollo

Respuesta al artículo 'El espejo de Granadilla' (Diario de Avisos 15.03.09), en el que Alfonso González Jerez expone su interesado punto de vista sobre la manifestación del 14M, sobre el modelo de desarrollo para Canarias y le da 'cera' a Sí se puede.


Fernando Sabaté y Juanjo Triana





El debate sobre el modelo de desarrollo

En su artículo “El espejo de Granadilla” publicado en este periódico el pasado 15 de marzo de 2009, dedicado a la reciente manifestación contra el puerto de Granadilla, Alfonso González Jerez comentaba algunos aspectos del documento “Las diez grandes mentiras sobre el puerto de Granadilla”, elaborado y difundido por Alternativa Sí se puede. Resulta de agradecer la reflexión que planteaba el agudo periodista sobre la necesidad de abrir un debate real sobre el modelo de desarrollo para Tenerife y Canarias, si bien habrá de reconocer éste que emplea contra nuestro movimiento sociopolítico un fácil recurso retórico: primero dibuja una caricatura con los tópicos y los lugares comunes que circulan acerca de los ecologistas, y luego dispara despiadadamente contra esa imagen distorsionada.
González Jerez escribe que, contra los proyectos institucionales y las mismas instituciones democráticas, se opone “un conjunto de nubes de algodón y barrancos de praliné”; que no tenemos “un modelo alternativo de desarrollo económico, sino un montón de buenas intenciones, inepcias intelectuales y postales horacianas que configuran una utopía de mesa camilla y botijo”; que “el coste económico de la introducción de las energías renovables y su insuficiencia tecnológica nos resultan indiferentes”; que la construcción y el turismo son “dos de las bichas que más repulsión nos causan”; que nuestra alternativa es “tan angélica como inviable” y que no decimos “ni una palabra sobre quién paga todo esto ni sobre la actividad económica que genere valor y cohesión social para mantener esta pequeña y bucólica utopía atlántica”.

Si empleáramos la misma argucia contra el que hace esas afirmaciones, se podría decir que se trata de un adicto al desarrollismo. Es decir, alguien que confunde crecimiento (incremento sin fin del PIB) con desarrollo (mejora de la calidad de vida de las personas). Quienes están aquejados de ese mal discurren como si la tierra fuera plana e infinita, y los recursos naturales inagotables o susceptibles de estirarse indefinidamente como un chicle. Las personas que piensan de este modo también suelen considerar que cada vez que se agote algún recurso la tecnología, por arte de magia, encontrará la manera de aprovechar otro.
En su descargo diremos que se trata del pensamiento dominante (y además, tal vez no está en condiciones de contradecirlo). Todas las empresas tienen que obtener beneficios, cuanto mayores mejor, e invertirlos en ampliar su capacidad productiva, porque cada vez sacan menos margen por unidad de producto y han de producir más para que el beneficio no disminuya. Los bancos no le concederían crédito a quienes se lo piden, a interés razonable, si no pensaran que siempre continuará creciendo la economía, de forma que la inmensa mayoría de sus prestatarios sean capaces de devolver el capital con sus intereses. Se asume que para mantener el empleo, el PIB tiene que aumentar cada año como mínimo el 4 por ciento. Al menos González Jerez argumenta de forma sincera, pues mientras nuestras autoridades, con la boca chica, dicen que esta infraestructura es “sostenible”, él asume que “las cosas deberían plantearse con claridad y reconocer el elevado coste medioambiental de una infraestructura como el puerto industrial de Granadilla”.
El criterio de la Ecología Social es que los recursos naturales son finitos y que por tanto la economía de mercado, basada inevitablemente en esquilmarlos más allá de su capacidad de reposición, tiene límites físicos. El petróleo, el gas, el carbón, el uranio, el cobre… serán extraídos cada vez en menor cantidad, la capacidad de los suelos para dar cosechas o de los mares para producir pesca, disminuirán más cuanto más los forcemos. Por ello el actual modelo de desarrollo es insostenible y está condenado a padecer severas crisis.
Muchas personas, a las que el oficialismo nos tilda despectivamente de ‘antisistema’, consideramos que, siendo las cosas así, resulta necesario imaginar y trabajar para construir otro modelo de sociedad que aspire a ser perdurable, libre y justa. Decía García Márquez que las cosas, para empezar a existir, deben tener algún nombre. Seis o siete generaciones humanas convinieron en llamar socialismo a algún tipo de modelo social alternativo al vigente. En nuestro caso, no nos parece bueno cualquier tipo de socialismo. El que dio en llamarse socialismo real, implantado en la URSS, acabó desvirtuado por el mismo pecado que el capitalismo: era un desarrollismo a ultranza. El motor de su economía era una industria pesada que vivía de sí misma. Una potente industria siderúrgica producía acero para fabricar maquinaría de minería e infraestructuras para extraer de las minas más hierro y más carbón y trasportarlos a las industrias para que fabricaran más acero… A los gestores de esas industrias les era indiferente que fuera realmente necesario producir mucho o poco acero: cumplían los objetivos de un plan quinquenal. ¿Podría haberse evitado este disparate en una economía de mercado? Posiblemente, porque con un sistema de precios, lo caro o barato a que se vendiera hubiera sido una señal de la necesidad de fabricar más o menos.
Pero el mecanismo de precios, que en condiciones ideales puede regular la economía, frecuentemente la distorsiona. Así como en la economía soviética estaba hipertrofiado el sector de la industria pesada, en la nuestra lo está el sector de la construcción. Si el precio del suelo y de los inmuebles aumenta porque todo el mundo invierte en cemento, y si los bancos prestaron fácilmente dinero a tipos de interés anormalmente bajos a todo el que especule con inmuebles, y si todo el que tenía algo ahorrado lo invierte en bloques y además se sobreendeuda, tenemos entonces la burbuja inmobiliaria. No es porque haya especuladores malos frente a empresarios productivos buenos, es que inevitablemente especular acaba siendo más rentable que producir. Todas las burbujas acaban estallando en forma de crisis de superproducción, y la solución es seguir inflando más burbujas. O, como se dice desde el stablishment “retomar la senda del crecimiento”.
Centrándonos en el tema del puerto de Granadilla, aquí se combinan especulación, con suelo urbano industrial y megainfraestructura planificada al estilo soviético. Los terrenos del polígono industrial han sido acaparados por unos pocos privilegiados, a los que interesa que se haga el puerto para que se revaloricen. Desde el III Plan de Desarrollo, en el franquismo, está previsto que el estado construya este puerto, y como se aspira a que la Unión Europea adjudique fondos (asunto poco probable a estas alturas), para que no se “pierdan” se tiene que construir. Inquietos emprendedores quieren convertir los terrenos ganados al mar en el puerto de Santa Cruz, una vez se liberen de la actividad portuaria, en una zona de ocio. Para cerrar el círculo, los mismos que tienen esos terrenos en el polígono, son los adjudicatarios de la obra del puerto y participan en la empresa GASCAN, que construirá, en tierra por supuesto (así hay obra civil que adjudicar), una regasificadora. La cantidad de barcos que finalmente atraque en ese puerto batido incansablemente por el alisio, o lo que ocurra con las playas de arena (si se interrumpe el flujo de arena con el dique), o con la pesca en el sur de Tenerife (si se destruye el sebadal), resulta completamente accesorio.
La alternativa que proponemos es que se debe planificar a nivel local, con la participación de los implicados, en función de las necesidades y los recursos locales, que la planificación a nivel superior debe estar supeditada a ese nivel local, y que la actividad económica debe estar orientada al servicio de las necesidades reales de la sociedad, sin llegar a agotar los recursos de los que depende la satisfacción de esas necesidades.
Por eso, aunque González Jerez nos lo echa en cara, no es utópico que defendamos un desarrollo basado en las energías limpias, que demandan una gran cantidad de mano de obra, en la reparación y mantenimiento de nuestro parque de viviendas públicas y privadas, con instalaciones deportivas y escolares modernas, en la rehabilitación de la red secundaria de carreteras, en el trabajo con nuestros viejos y personas dependientes, en una agricultura competitiva y eficiente, o en una apuesta por la pequeña empresa.
La postura de nuestro movimiento sociopolítico es realista. El desarrollismo es utópico, porque cree en la ciencia ficción, es decir, en cosas que aún no se han inventado ni previsiblemente existirán nunca: tecnología para que todos los coches del mundo funcionen con hidrógeno, centrales nucleares de fusión, traslado a otros planetas cuando el nuestro resulte del todo inhabitable. Son personas que creen, como los polinesios que practican el culto cargo, que sólo porque se hagan más aeropuertos vendrán más turistas, o que sólo porque se construyan puertos industriales vendrán barcos portacontenedores a hacer tráfico de transbordo