Cuando el barranco suena es que agua lleva. En el norte de Tenerife llevaba agua, barro (que ahora todo el mundo llama lodo), coches, gallinas, cabras, lavadoras, televisores, escombros, ferralla, jeringuillas, muros y algún que otro techo de uralita. Así de cutres somos.
Sea la limpieza de los barrancos competencia del Cabildo o del Ayuntamiento, sería hipócrita no autocriticarnos todos de la hediondada con que tratamos a ese, nuestro accidente geográfico más característico. Sí señores, los canariis en general y algunas tribus sociales en particular, somos unos desconsiderados para con nuestro territorio. Ya lo he dicho en otra ocasión: no hay cosa más peligrosa que un canario con una concretera y un saco de cemento. Es más, siempre hemos renegado de algunos referentes geográficos y vegetales como las palmeras, los barrancos, las laderas, las tuneras. Fíjense ustedes que, incluso, hay una copla que dice: Aunque tu padre me dé \ las tuneras y el barranco \ yo no me caso contigo \ porque tienes piojos blancos. Un barranco no vale lo que un fregado para quitarse los piojos. Así están las cosas. Dicha desconsideración tiene mucho que ver con los obstáculos a las labores agrícolas en el pasado, pero también, ya en la modernidad y postmodernidad, con la ignorancia sobre nuestro país canario. Nos han enseñado a estudiar el terreno de otro país, de ahí que demos más valor a
una colina que a un pico, a valorar más el césped que los verodes, a saber mucho más de un río que de un barranco, nos han enseñado, incluso, a mentir, llamándole senderos a las veredas, en fin; que nos han enseñado, simplemente, que lo nuestro no existe. Los canarii que vivimos sobre volcanes sólo sabemos que sirven para destruirlos extrayendo picón pa’ construir. Así de sencillo. Nos han ignorantado y nos hemos sentido cómodos siendo ignorantes y animalitos del señor. Y como quiera que el barranco es una desgracia como otra cualquiera, pues lo utilizamos para entullarlo de basura y para apropiarnos de él. Poco a poco, muchas personas se han ido adueñando de parcelitas a sus orillas. ¡Y diles que no! Han creído que eso es suyo y, lógicamente, han hecho lo que les ha dado la gana. Dentro de lo que les ha dado la gana no entra su limpieza, sólo transformarlo en un vertedero y en un garaje. Pero he aquí que el agua nos recuerda el porqué de esas hendiduras en la tierra. Y siempre pasa lo mismo, y seguirá pasando. Incapaces de ver siquiera un valor económico o educativo en la ruta de los barrancos, incapaces de asesorar a nuestra juventud a montar empresas de bajada y subida de barrancos, vendrán extranjeros a hacerlo. Incapaces de dignificar lo nuestro haciendo obligatoria su enseñanza. Simplemente, somos incapaces. Incapacitados para comprendernos a nosotros mismos en el país que tenemos que vivir.
Ahora, sólo queda esperar a la próxima barranquera (que algunos acomplejados llaman riada) para volver a reflexionar sobre nuestra incapacidad.
Paco Déniz