Ayer hablaba de los chiringuitos, esta tarde toma a un bebé en brazos y lo besa tiernamente, mañana le toca saludar a todas las señoras que encuentre a su paso y que son afines porque para eso están en la entrada del lugar donde va a celebrarse el mitin. Detrás del atril, dentro del campo de visión de las cámaras que enfocarán para los informativos, estarán estratégicamente sentados unos cuantos jóvenes cachorros de las nuevas generaciones que servirán de contraste y apoyo visual a las frases hechas que, como muletillas, irá repitiendo el político de turno, redoblando las invectivas y produciendo titulares en el momento en que está prevista la conexión en directo. Todo ello adobado, con cuidados colores de fondos, telegénicas camisas y corbatas, o ausencia de ellas para parecer más cercano, uno más del pueblo, de los que tienen que comprarle la mercancía de la imagen y recibir el apoyo de su voto.
No se exponen ideas en este desierto de la propaganda electoral, salvo excepciones. No existen programas, o los que se exponen se parecen mucho entre sí. Lo importante son las imágenes, las frases hechas, el slogan, las encuestas hechas por encargo que produzcan los diversos efectos estudiados por la sociología electoral. Todo se llena de promesas, los compromisos brillan por su ausencia. Y como la memoria es tan frágil, porque nos han acostumbrado a la exclusiva, a la más rabiosa actualidad, al texto descriptivo, sin pararse a pensar, sin análisis de causas y consecuencias de los hechos, sin balances de lo prometido, lo realizado y lo pendiente, sin atisbo alguno de autocrítica y proliferando el autobombo, cada cierto tiempo, con sus caras de jugadores de póker, se presentan nuevamente para intentar la seducción y el engaño.
Son escasas las noches electorales en que se produzcan dimisiones. Tiene que haber una catástrofe para que eso ocurra. En los análisis, todos ganan. Y a los ciudadanos no nos salen las cuentas. Muchos menos, cuando a los pocos días los que hasta hace un par de jornadas eran enemigos irreconciliables, salen juntos al balcón del poder, y el milagro se ha producido, gobernarán juntos sin dignarse dirigirse a la ciudadanía para contar en qué se han puesto de acuerdo y cómo es que lo han hecho en tan poco tiempo, si tantas eran las diferencias que se esforzaban en aparentar para decir que optáramos por ellos porque eran los genuinos defensores de nuestros intereses. No rinden cuentas, porque ya no les interesamos hasta la próxima contienda.
Desde el día siguiente de la celebración de unas elecciones comienzan sin pudor la campaña electoral de las siguientes. La oposición jamás reconoce un mínimo de acierto en los que están en el poder. Los que gobiernan, nada generosos y menos democráticos aún, excluyen a los demás de la participación. Los ciudadanos votamos siglas, que no personas. Votamos cabezas de cartel, que salen cada día en los medios hasta la saciedad, aunque lo que estemos eligiendo sea al concejal del barrio en que vivimos.
Todos prometen calidad democrática y participación ciudadana, porque son conscientes de que la ciudadanía lo reclama, y sin embargo, luego se olvidan de esas y de otras muchas promesas, hasta las siguientes elecciones. De vez en cuando, nos enteramos de los mismos apoyos financieros recibidos por algunos de los que optan al poder, apoyos para sus campañas que generalmente entregan algunos poderosos como anticipo por los favores que, con toda seguridad, le serán devueltos.
Muchos, que dicen presentarse para servir al pueblo, llegan al poder y lo convierten en su profesión, perpetuándose en él por tiempo indefinido. Las pompas y boatos, las prebendas, los halagos, las adulaciones, el disparo económico con pólvora ajena, el engolosinamiento de los favores debidos, el fácil enriquecimiento, la trama de dependencias, el sentirse impunes, el reclamar inmunidades, ... todo ello los va alejando de aquellas promesas de regeneración democrática que prometían cuando aún eran vírgenes o, al menos, cuando querían hacérnoslo creer.
La apelación a los sentimientos es una constante. Y un autético filón para algunos grupos. Nos venden su imagen en las gradas de canchas y estadios repletos, en romerías y fiestas, religiosas a ser posible, para estar a bien con los altavoces de los púlpitos. Nos hablan de lo nuestro, tomando como propias las señas de identidad populares, los elementos culturales, folklóricos, para luego usarlos a veces como arma arrojadiza, cuando juegan al victimismo de la periferia con la metrópoli. Al victimismo del ayuntamiento con el cabildo, del cabildo con el gobierno autónomo, del gobierno autónomo con el de Madrid o el de Bruselas...
En esa feria de las vanidades, en ese engaño premeditado, tampoco puede faltar el que se hayan apropiado de términos como solidaridad, sostenibilidad, servicios públicos, participación y calidad democrática,... mientras lo que hacen es privatizar, beneficiar a unos pocos, deteriorar el territorio y recorrer los caminos de la corrupción.
Los pilares de la democracia están carcomidos por intereses espúreos. Es urgente la regeneración del tejido democrático. El bisturí lo tenemos la ciudadanía en nuestras manos. Y con León Felipe llegar a la conclusión: “Yo no sé muchas cosas, es verdad, /pero me han dormido con todos los cuentos... /y sé todos los cuentos.” A pesar de todo el hastío, la utopía sigue siendo posible.
Manuel Marrero Morales ( Miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC)