martes, 11 de enero de 2011

Opinión. Fumadero barítimo. Paco Déniz.


¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos al bareto a echar un café! ¡Por fin! nadie me dejará apestando a bajurria. Increíble, me encontré al vecindario escorado en la puerta chisteando sobre la Ley y su nueva situación. ¡Sácanos una mesa pa’ fuera! ¡Que alguien nos sirva aquí y tá y cuá! Gratamente me sorprendió la simpática reacción de la gente.

Al contrario que los del salario y el empleo, estos recortes son fáciles de asumir.
Hasta los más aguerridos fumadores aprovecharán la ley para controlar su deterioro estético-pulmonar. Y no digamos las víctimas del fumadero barítimo: los camareros, que el domingo 2 de enero clamaban al unísono ¡contento estoy que me privo mi amor! Y es que lo que es razonable, lo es para casi todo el mundo. Excepto para las huestes de Aznar, que llevan vaticinando una guerra civil desde hace algún tiempo, porque como son muy liberales pues no les gusta que les prohíban nada. No les molesta el humo barítimo, ni el humus de los cadáveres iraquíes esparcidos. En general, toleran muy bien todo lo que tenga que ver con quemazones. Son muy tolerantes los liberales. Yo no lo soy tanto. A ellos, por ejemplo, no los soporto. A los empresarios llorones tampoco, pues ya andan reclamando subvenciones por la inversión en ceniceros y biombos.
Vivir en sociedad comporta algunos límites. Es difícil de comprender para quien quiere conducir ajumado por la izquierda y para quienes desean el retorno del derecho de pernada, pero todo no puede ser. Habrá que contenerse de alguna manera. En el fumadero barítimo que frecuento, a eso del cortadito de las 7’30 de la mañana, siempre llegan dos parejas con una criaturita de 5 o 6 añitos; la pobre debe sentarse sola en el colegio, porque he llegado a verla con el pelo color ceniza. La madre es de esas que fuman con el brazo encogido hacia atrás y echa el humo como si tocara un cornetín. Encajonan a la criatura entre los cuatro y la dejan como un queso palmero. Al respecto, me dijo mi amiga Marisol que ya le han llamado la atención a algunos padres porque sus hijos llegan al colegio apestando a tabaco. Las semanas siguientes huelen a colonia, pero luego la cosa se relaja, y la humacera vuelve a hacer acto de presencia. Algunas familias liberales no admiten que el estado se inmiscuya en la educación de sus hijos porque quieren libertad para elegir que huelan a colillero. Cuando la niña sea mayor, a la zorruna, le diré que gracias a aquella ley intervencionista sus glándulas gustativas comenzaron a saborear el desayuno del bareto.